domingo, 19 de abril de 2009

La maldición (Cap 4)

El hospital es como una burbuja donde el tiempo pasa diferente al exterior, pasa lento, y a veces pasa tan rápido que una vida se puede ir en un segundo. Todo se cuantifica en horas y minutos, a veces en segundos: hora de ingreso a urgencias, hora de nacimiento, hora de muerte, hora de inicio y término de cirugía, hora de administración de medicamentos, etc. Se esta conciente de cada hora y por eso es que pasa lento. Incluso el ruido exterior se oye a la letanía aunque la calle este a unos metros de la entrada principal, son como susurros de cláxones, motores, conversaciones, ambulancias y demás ruido al que uno se acostumbra hasta que deja de oírlos y se percata que existían. Una vez fuera del hospital todo pasa tan rápido. Es difícil de explicar. El día libre se come las horas y cuando menos pienso ya estoy de nuevo en la entrada del hospital entrando a esa gran burbuja.
Me perdí la hora de comida en el comedor del hospital, mi última paciente de la consulta de ese día tenía una severa infección pulmonar. Pude haberle recetado algunos antibióticos fuertes, uno que otro medicamento para disminuir los síntomas, hacer mis anotaciones en la hoja de consulta, mandarla a casa e irme al comedor para no perder mi único alimento bueno del día. Sin embargo, sospechaba que si la dejaba ir muy probablemente regresaría en peores condiciones. A pesar de ser una señora un tanto pedante y malhumorada, en otras ocasiones ya me la había topado en la consulta por problemas mínimos que ella quería hacer parecer grandes para captar la atención y que le hiciéramos todos los estudios posibles, incluso leerle la mano y predecirle el futuro si tuviéramos algún aparato o sistema para hacerlo. Siempre acababa metiendo una queja por escrito de cómo fue tratada. La última vez me pidió una radiografía para descartar osteoporosis por un supuesto dolor de huesos, le expliqué del mejor modo que no era necesario hasta que salio molesta del consultorio acusándome de mal médico por ser principiante, puso una queja en la dirección, por suerte me salvo la hoja de evolución y tratamiento de la consulta externa donde anoté mis hallazgos y sospechas de diagnostico que no correspondían a lo que ella alegaba y no paso a mayores, ahora entiendo el poder de la historia clínica, un testigo mudo con el que podemos salir bien librados… o echarnos la soga al cuello.
Aunque había venido un par de ocasiones después de eso, tenía 3 meses de no topármela. Esta vez su aspecto era distinto: la cara muy ruborizada, con la piel seca, la garganta irritada por la tos, su voz apagada y distorsionada por las flemas sanguinolentas que sacaba de vez en cuando, quizá algún sangrado del esófago o la misma faringe por el esfuerzo al toser, dolor generalizado pero de predilección en hombro derecho, pero lo que más me llamaba la tensión eran su ojos que parecían no poder abrirse bien del todo, ptosis palpebral se le conoce. Sus pulmones ronroneaban como un mustang lo cual para los humanos no es nada bueno, en un mustang se escucha excitante debo decirlo. Avisar al medico de guardia sobre mi hallazgo y el diagnóstico, hacer todo el papeleo para hospitalizarla y anotar las indicaciones me llevaron más del tiempo planeado pero mi conciencia estaba tranquila sabiendo que hice lo correcto… ¡pero que diablos! ¿Que entiende el hambre de buenas acciones? Era hora de recurrir al jugo de naranja barato con ese amarillo cáncer característico y la acostumbrada barra integral de “fruta”. Un pedazo de cartón glaseado sabría mejor quizá, pero como es fibra y “le hace bien al cuerpo”, como dice el comercial, me la comeré esperando llenar el vacío que el valor de una buena acción no llena.
Se quejaba de todo, de que la picaron mas de una vez para canalizarla, de que hacia frío en la sala, que la luz le daba en la cara, que el ruido de la televisión le molestaba para dormir, que la comida del hospital era un asco, que la enfermera no le hacia caso, que tenia dolor por aquí y por allá. Empecé a cuestionarme si había sido buena idea hospitalizarla, si tenia el animo de andarse quejando por todo tal vez no estaba tan mal, mis compañeros creyeron que quizá había exagerado en mi decisión o la señora había sido muy buena actriz y me engañó con toda esa simulación de angustia y convalecencia. Lo ideal hubiera sido sedarla, de hecho lo sugerí de inmediato y más de una vez, pero hay que aprender a lidiar con cada paciente.
Finalmente fue necesario sedarla. Tuvo una crisis de ansiedad por sentirse encerrada, ya había hecho demasiados corajes innecesarios, tiro su comida y le gritó a una enfermera, de repente le empezó a faltar el aire, según ella, lloró, se quedó un tiempo en silencio negándose a toda negociación para que tomara sus medicinas hasta que fueran atendidas sus peticiones de estar en un cuarto sola, televisión, buena comida y libre de ruido del exterior. Por su puesto que se rechazó totalmente sus peticiones, no estaba en un hospital privado como para pedir que se hiciera su santa voluntad. A todo esto nunca dejaba de toser. Finalmente se quedó profundamente dormida y no volvimos a saber de ella hasta la mañana siguiente. Aun sin diagnostico especifico, a cual más se le comentaba la situación de la Sra. Julia, señalaba que tenia síndrome de PVH (Pinche Vieja Histérica), de poderlo poner en el expediente lo hubiera hecho sin lugar a dudas.
Despertó y ya tenia el plato del desayuno junto a su cama el cual comió sin reclamos, bebió el jugo de manzana con sus pastillas indicadas para esa hora y se mantuvo tranquila leyendo una revista de espectáculos. Esperábamos que iniciara con sus reclamos e inconformidades pero se mantuvo quieta. Aunque seguía ahora con una tos seca. Tenía indicada una radiografía tele de tórax que no se había podido tomar ya que ayer estaba indispuesta con su escandalosa huelga.
Logré que le hicieran un espacio entre los citados a rayos X para que le tomaran su radiografía, algo no andaba bien en ella, algo me hacía pensar que no sólo era una infección de vías aéreas. Aun así me reserve mis comentarios hasta no tener algún dato además de la constante tos. La llevé en silla de ruedas hasta el área de radiología, en todo el camino no cruzamos palabra para mi ella era de mis peores pacientes y yo era el peor de los doctores, no había mucho que decirnos. Se tomó la placa, avisé que volvería más tarde por ella y regresamos en la misma situación en silencio sólo que al dejarla en su cama me dio las gracias cosa que rara vez hacía.
El radiólogo me habló para que fuera por la radiografía. Me pidió que le echara un vistazo al hallazgo: una imagen opaca bien delimitada en el ápice del pulmón derecho. Tuberculosis, tal vez cáncer, la mujer no mentía del todo. Fui a comunicárselo de inmediato al Dr. Robles, médico de guardia ese día. Después de todo no tenia el síndrome de PVH, sino algo más serio además de una infección pulmonar. Síndrome Claude Bernard Horner era el nombre correcto a su padecimiento, lo supe porque pasé parte de la tarde buscándolo, la señora tenía un probable cáncer por un tumor de Pancoast en el pulmón y habría que decírselo para ponerla al tanto. Aun desconocíamos la gravedad y situación del tumor pero por los síntomas se podía intuir que el dolor del hombro era porque ya estaba comprimiendo nervios del plexo braquial lo cual hablaba de un estadio avanzado independientemente de la hemoptisis y sus pulmones ronroneantes.
Estuve presente en la habitación cuando se lo dijeron, pero ella no pareció sorprenderse ni sentirse tan mal como hubiera esperado. Permaneció seria todo el tiempo. Con un aire de resignación ante el problema que el doctor pronosticaba como malo aun sin hacer el resto de estudios correspondientes. Ella preguntó si había algo más que hacer y la respuesta fue tan llana que podía interpretarse de diferentes maneras: - Haremos todo lo posible – dijo tan convincente el Dr. Robles que hasta yo le creí. Pero no había mucho que hacer si el tumor ya estaba invadiendo tejidos contiguos y peor aun si ya había metástasis a alguna parte del cuerpo. La señora sonrío apenas ante la respuesta y dio las gracias y salimos en silencio de la habitación. Por la noche pasé visita a todos los enfermos del área de hospitalización para saber como se encontraban, algunos ya dormían por lo que opté por no molestarlos, otros pocos no conciliaban el sueño por dolor ya sea de alguna cirugía que se les había practicado o por algún padecimiento extra: - Metamizol 1gr IV (Intravenoso) para todos, ¡yo invito! – le indiqué a la enfermera mientras anexaba mi nota en cada expediente. Pasé al área donde se encontraba la Sra. Julia, habían dado de alta a sus dos compañeras de cuarto por lo que ahora estaba sola como quería. Al parecer ya estaba dormida, pero pude oír que sollozaba acurrucada. Decidí acercarme a ver que pasaba.
- ¡No quiero morir! – me dijo mientras volteaba su cara para verme. No tenía algo preparado para decir o comentar, sabía que lo que dijera a continuación sería determinante pero no se me ocurrió nada, tan sólo decirle – Tranquila – y darle una palmada en la espalda. Ella se soltó llorando más, no esperaba que se tranquilizara realmente, quien lo haría si sabe que tiene una enfermedad de la cual muy probablemente no salga.
- Estoy enferma desde hace 5 meses, antes de venir aquí acudí a otro médico quien me diagnostico lo mismo, esperaba que tal vez se equivocara o que me dijeran otra cosa. Aquí fueron más amables que el otro medico con el que fui que me dijo que ya no había nada que hacer. Tardé un poco en venir porque me negaba a tener algo tan grave hasta que me empecé a sentir peor – La confesión me desconcertó un poco, eso explicaba porque no le sorprendió mucho que el doctor le dijera sobre su tumor.
- Esperemos que todo salga bien – Dije en un intento estúpido por tranquilizarla
- Es malo para mentir doctor, nada saldrá bien – me contestó mirando hacía la pared.
- Al menos créame que intentaremos lo que este en… -
- … en sus manos no hay mucho que hacer. Nadie espera que yo viva, hasta mi esposo a buscado otra mujer, mis hijos ya se han casado todos tienen sus propias familias, mi madre murió el año pasado y mis hermanos viven lejos, hace tanto que no hablamos. –
- ¿Hay algo que pueda hacer yo para que se sienta mejor? ¿Quiere que informe a su familia? ¿Localizamos a algún hermano? ¿A sus hijos? – saqué mi pluma y libreta.
- No, a nadie, no quiero ver a nadie. Quiero estar sola –
- Esta bien, la entiendo, me iré para que pueda estar sola, si hay algo que pueda hacer dígame – me retiré pensativo de su cama. Justo al salir me llamó de nuevo.
- Hay alguien, un Padre, se llama José no sé en que iglesia esta pero tengo su número, quiero que él venga – Me pareció muy pronto que ella pensara en traer un religioso para que le diera la bendición y todas esas cosas, pero no se me ocurrió cuestionarla al respecto, anoté el número en mi libreta y salí de su habitación.
No fue difícil dar con el Padre quien inmediatamente vino cuando le conté para qué lo buscaba. Lo reconocí por su típico atuendo y esa imagen de hombre maduro que proyectaba con sus leves canas a pesar no ser tan viejo como lo aparentaba. Llegó preguntando como estaba ella y su familia, le comenté que su familia solo sabía que estaba enferma pero no sabían de la gravedad de la enfermedad. Cuando el Padre José entró a la habitación, la sra. Julia pareció alegrarse tanto que lloró. Él se acercó con cuidado, como si apenas reconociera a quien veía. Decidí dejarlos solos para que hablaran y cerré la puerta.
Después de un par de horas decidí avisarles que la visita ya había acabado. Traté de no hacer mucho ruido al entrar, quizá estaría rezando porque le fuera mejor y no quería interrumpir tan abruptamente. Sin embargo la escena que encontré fue todo lo contrario. Ambos se encontraban de pie frente a la cama fuertemente abrazados dándose un apasionado beso. El acariciaba su cara y ella se aferraba a su cuello como dos adolescentes. Cuando intenté emprender retirada se percataron de mi presencia y automáticamente se soltaron totalmente ruborizados, como si los hubiera encontrado el padre de la novia, en este caso yo. Fue incomodo para los tres nadie se atrevía a decir algo al respecto pero fue el Padre quien habló tratando de no tartamudear.
- Siento… sentimos mucho esta situación, créame que es algo inesperado y… -
- Por favor no diga nada, es una larga historia – interrumpió la sra. Julia quien tomó de la mano al Padre José, como tratando de defenderlo.
- No se preocupe, no vi nada. La visita ya terminó, saldré para que se despidan y regreso en 5 min. – me di la vuelta y salí tratando de asimilar todo eso. Una enfermera me vio salir pensativo de la habitación.
- ¿Otra vez esa señora le gritó o le dijo algo? –
- Si, ya sabes que a veces el médico tiene que ser más paciente que el mismo paciente –
Cuando por fin salió el Padre de la habitación se despidió nervioso y me dio las gracias por todo. Entonces entré a ver a la Sra. Julia que permanecía sentada en la orilla de su cama limpiándose las lágrimas. Su mirada era distinta no sé si por el brillo cristalino que dan las lágrimas acumuladas en los ojos o por aquel encuentro furtivo con el Padre José, o ambos.
- Muchas gracias doctor, no sabe cuanto le agradezco esto, por favor no comenté lo que vio a nadie, el no tiene la culpa, no quiero que vaya a tener problemas -
- Esta bien, por mi no hay problema, deberá tener más cuidado la próxima –
- Gracias doctor y perdóneme todo lo que le he hecho anterioremente, usted es bueno –
- No se si sea bueno o no pero no hay nada que perdonar, yo también adopto malas actitudes como médico, somos humanos – la ayudé a recostarse y verifiqué que su suero pasara bien, la tapé con su sábana y le indiqué que descansara.
- El es el amor de mi vida, se que suena tonto a mi edad. Nos conocemos desde que íbamos en la primaria, pero fuimos novios hasta casi finalizar la preparatoria. A pesar de que yo fui a la universidad y el tuvo que trabajar para mantener a su familia seguimos siendo novios durante toda mi carrera, fue el primer hombre en mi vida, vivimos tantas cosas que finalmente me propuso matrimonio y yo acepté muy feliz pero mi familia no, al contrario se molestaron y lo corrieron de la casa, ya sabe, eso de que no tenía suficiente dinero para mantenerme, yo con una carrera y él con nada. Me enviaron a otra ciudad donde intenté estar en contacto con él pero en ese tiempo no se usaba eso del correo electrónico así que fue difícil la comunicación, finalmente no supe nada de él, conocí a otro hombre al que creí querer pero era porque todo mundo lo aprobaba pero yo no tanto, me casé tuve mi primera hija y entonces lo volví a ver cuando la bauticé, él fue quien la bautizó, no sabía que se había vuelto sacerdote. Entonces automáticamente volví a sentir algo por él y él por mi, nos vimos un par de veces, pecamos mucho por un tiempo hasta que decidimos dejar en paz todo eso porque solo tendríamos problemas. Me dio su número de teléfono y seguimos en contacto. Salí embarazada, mi segundo hijo es de él y por supuesto que no lo sabe, solo se parecen un poco. Viví con la culpa mucho tiempo hasta que me enteré que mi esposo salía con otras mujeres aun antes de casarnos. Hace varios años lo encontré con otra mujer saliendo de un motel, él esperaba que le reclamara algo pero creo que me sentí mejor, ya estábamos a mano, así que fui a buscar a José pero el ya se había ido a otro país. Me deprimí demasiado, empecé a enfermar más seguido, me sentía débil, me fui quedando sola conforme mis hijos se casaron y entonces enfermé aun más. Cuando supe José había regresado a México, nos vimos pero fue para decirme que ya no podíamos pecar como antes, estaban por darle un puesto alto dentro de la iglesia y había mucha gente que confiaba en él como para dar un mal ejemplo. Finalmente eso acabó con mi voluntad de vivir. He vivido en la depresión tanto tiempo. Mi vida se fue frente a mi y yo no hice nada. – Por mi mente pasaban tantas cosas que podría decir pero no había algo lo suficientemente bueno, por otro lado no había necesidad de decir nada ¿o si? Tragué saliva.
- Hoy lo volví a ver después de un año y gracias a usted. No creí que lo fuera a localizar tan rápido, es un hombre muy ocupado. A pesar de todo nos seguimos amando pero no hay nada que hacer. -
- Dios dijo que nos amemos los unos a los otros… no veo algo diferente en lo que ustedes hacen – se lo dije tratando de animarla y ella soltó una risa corta.
- Es verdad doctor, tiene toda la razón –
- Le diré que venga mañana otro rato, nadie los molestará, yo me encargo de eso –
- Gracias doctor, no se como agradecerle todo esto –
- Solo pórtese bien, tome sus medicinas, no haga berrinches con las enfermeras y coopere para que encontremos alguna solución – Me levanté de la silla donde me había sentado mientras escuchaba toda la historia, tenia que escucharla atentamente. Salí de la habitación y continué con mis actividades hasta el cambio de turno.
Por fin salí de la guardia y ahora iría a descansar a casa.
- ¿A que no sabes lo que me pasó hoy? – me preguntó emocionado Nico, mi compañero de guardia.
- No lo sé, ¿Qué cosa te paso hoy? –
- Entré a una cirugía para reconstruir el brazo de un señor que tuvo un accidente con una sierra electrica, duró 8 horas y al final quedó muy bien. ¿Tu que hiciste interesante hoy? –
- También intenté reconstruir algo… -
- … ¿Qué cosa? ¿Tu vida social? Esa ya no tiene arreglo compa, nuestra vida esta maldita desde que pisamos el primer día la facultad de medicina. –
- Si, pero hay de maldiciones a maldiciones y esta a veces se disfruta –
- Si, tienes razón, huyamos de aquí antes de que nos digan que no podemos irnos por que falta algo –
Salimos de la burbuja de concreto y cruzamos la calle para tomar el transporte a casa. Miré por la ventana como se despedía una pareja de preparatoria, como si no quisieran tener que separarse y el también subió al camión antes de que arrancara al ponerse el semáforo en verde. Sentí mucho sueño, realmente estaba cansado por la guardia, de repente todo se vio borroso, como en cámara lenta y cerré los ojos. Me quedé dormido. Desperté súbitamente sin saber donde estaba, cuando pude ubicarme un poco me di cuenta que estaba en el centro. Otra vez que me quedó dormido mientras voy a casa, que fastidio tener que tomar otro camión de regreso con todo el tráfico y con el hambre que tengo será un verdadero vía crucis.
Dos horas después llegué a casa, comí, me di un baño y me desconecté totalmente al dejarme caer sobre mi cama. Tenía 10 deliciosas horas para poder dormir, pero alguien tocó la puerta de mi casa. Una señora de 67 años con pérdida parcial de la conciencia, antecedentes de diabetes e hipertensión de un par de años de evolución con una probable crisis hipoglucemica por tomarse mal el medicamento. – No tenemos quien nos llevé al hospital, ¿podría ayudarnos o ver que le pasa? - . Fui por mi estetoscopio y mi baumanometro, antes pasé a lavarme la cara. Me vi en el espejo mis ojeras, mi cabello despeinado, mi boca reseca. Trató de asimilar que esta no será la primera ni la última vez que tenga que suspender el sueño para atender a alguien. – Doctor, ¿Traemos algo? – Me preguntan mis vecinos para quien toda la vida había sido el joven rebelde de casa y ahora me llaman “doctor”. Sonrió y me vuelvo a enjuagar la cara. El tratamiento inmediato para esto sin duda es una coca-cola (o cualquier cosa dulce), hay que subir sus niveles de azúcar. La señora se recupera favorablemente y alguien se ofrece llevarlos al hospital. Por fin me quedó sólo nuevamente y me recuesto en el sillón para tomar un respiro el cual me dura toda la noche y a la mañana siguiente tengo un terrible dolor de cuello y espalda, ya se que debo tomar. Estoy de vuelta en el hospital a punto de entrar y apenas siento que descansé un poco. Las horas que faltan para salir de ahí no importan, de todos modos el tiempo pasa lento una vez que has puesto un pie dentro de esa burbuja. Empieza de nuevo la acción. (Clikc aqui para oir la canción de los creditos imaginarios)

MIP. David Yaurima Parra.

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